El grupo de aventureros emprendió la marcha por
las cloacas iluminados por la suave luz que arrojaba la linterna de Bardo. Tan
sólo a unos metros se toparon con el primer obstáculo, una encrucijada de dos
pasillos bloqueados por sendos rastrillos de hierro. Los héroes escudriñaron
alrededor de los mismos, intentando buscar algún mecanismo que accionara su
apertura, aunque sin éxito. Se concentraron entonces en uno de los pasillos, y
apreciaron una cerradura que, si el pícaro conseguía manipular, quizás les abriese
paso para continuar su camino. Sin embargo, antes de poder intentarlo, algo
surgió de entre las sombras pillándoles desprevenidos.
Precedidas por el horripilante brillo de unos
ojos rojos en la oscuridad, una plaga de ratas gigantes se abalanzó contra los
aventureros. Los roedores se movían con destreza y fiereza, siendo su gran número
la principal amenaza. Todo el grupo desenfundó sus armas rápidamente y se
enfrentó a ellas. La mano de Melnar parecía guiada por los Dioses, y sus golpes
acertaban con éxito en la mayoría de ocasiones, aunque no era el único. Las
ratas también atinaban de vez en cuando con sus mordiscos, a lo que se añadía
el peligro de una posible infección. El sonido de los tajos y el chillido de
las alimañas retumbaba en la estancia. Por momentos, el combate resultaba
desesperante. Afortunadamente, la lucha llegó a su fin cuando Dusk eliminó al último
roedor infecto, para seguidamente atender con su magia las heridas de sus compañeros.
Ya con la tranquilidad necesaria, Bardo hizo gala
de sus habilidades para manipular la cerradura y abrir el paso. Los aventureros
emprendieron su marcha con una idea clara en la cabeza: ir en dirección Sur,
tal y como les había indicado el misterioso elfo que les rescató de la prisión.
Pero no resultó tarea fácil.
A cada paso que daban, el grupo parecía más
perdido. Las cloacas se mostraron como una laberíntica estructura de pasillos,
esquinas, cruces y pequeñas estancias, cuya opresión se veía todavía más acentuada
por el aire enrarecido. No había un camino claro hacia el Sur, por lo que no
había más remedio que seguir explorando hasta encontrar cualquier salida en esa
dirección, lo que significó, en más de una ocasión, dar grandes rodeos. Fue así
como dieron con la amenaza más terrible a la que el grupo se había enfrentado
hasta ahora.
En una estancia de gran tamaño e inundada de
oscuridad, el siseo perturbador de una voz se deslizaba por el fétido aire,
todavía más intenso que en el resto de las alcantarillas. Las palabras parecían
órdenes dirigidas a alguien, aunque no se escuchaba ninguna otra presencia. ¿Sería
un loco que se había perdido?. Para salir de dudas, Bardo investigó moviéndose
sigilosamente entre las sombras hasta alcanzar el lugar desde el que provenía
la voz. En una esquina, había una tosca plataforma alzada ligeramente sobre las
aguas, donde se agolpaban innumerables cadáveres en diferentes estados de
descomposición. Entre ellos, y permaneciendo inadvertido de no ser por su movimiento,
Bardo observó a un enorme, obeso y deforme ser. El pícaro andaba sin hacer
ruido, pero era tal el putrefacto olor en aquel lugar que no pudo evitar una
inoportuna náusea que llegó al oído de la bestia. Se giró entonces hacia el
aventurero, dejando ver su rostro malsano, con ojos hambrientos y unos afilados
dientes. Bardo no perdió el tiempo, y salió de la esquina tan rápido como pudo.
Sorprendentemente, el corpulento enemigo se mostró más ágil de lo esperado,
persiguiendo al pícaro con gran celeridad y quedando ya a la vista de todo el
grupo.
Los aventureros no lo dudaron y prepararon sus
armas para atacar. Melnar, desde el cuerpo a cuerpo, y Pirvan, Bardo y Dusk
desde la distancia. A pesar del evidente poder de la criatura, eran cuatro contra
uno. El monstruo recibía tantos ataques que no pudo esquivarlos todos. Las
heridas que recibió le hacían sangrar profusamente, y todo apuntaba a que los héroes
acabarían con él en poco tiempo. Desgraciadamente, el destino les tenía
reservada una terrible desdicha en forma de dos lacayos al servicio del inmundo
ser. Aquellos a los que había llamado en la oscuridad hicieron acto de presencia,
tan famélicos como su amo.
Los cuerpos de los recién llegados, y su manera
de actuar, no dejaba lugar a dudas. Se trataba de necrófagos. Los aventureros
corrían por la estancia tratando de dividir la amenaza, y lo consiguieron. Melnar
se concentró en el enorme monstruo, que todavía seguía con vida. Le costó más
de un hachazo abatirlo, aunque lo consiguió. Pirvan, Bardo y Dusk lanzaban sus
virotes y flechas, pero la oscuridad y el hecho de que otros compañeros
estuviesen cerca de sus objetivos les impedía tener una visión clara para
acertar. Resultó inevitable que los necrófagos llegaran a alcanzarles a todos,
a distancia de cuerpo a cuerpo, y fue entonces cuando comenzó la auténtica
carnicería.
Los necrófagos no tienen otra función en su
terrible existencia que despedazar y devorar, y estos demostraron saber hacerlo
muy bien. Mientras los héroes lanzaban un ataque, los monstruos eran capaces de
propinar una lluvia de zarpazos y mordiscos que, además, eran propensos a
infectar a sus víctimas. Los golpes y disparos de los aventureros rozaban a los
necrófagos sin hacerles casi ningún daño, o directamente fallaban
estrepitosamente, como algún tajo lanzado torpemente al aire por el enano. Las
criaturas se imponían poco a poco, y los aventureros fueron cayendo a su
merced. Pirvan fue el primero, y a este le siguió Bardo, que resultó paralizado
por el efecto venenoso de un mordisco, y que aguantó lo que pudo, pero no lo
suficiente. El grupo se había reducido a la mitad, y nada parecía presagiar un
desenlace mejor para el resto.
Ante tal panorama, Dusk decidió correr hacia la
plataforma donde yacía inicialmente el jefe de las criaturas, y registrar entre
los cadáveres. Puede que lo hiciese buscando alguna milagrosa ayuda, o puede
que seguido por un repentino sentimiento de avaricia ante una muerte inminente.
Nunca lo sabremos. En cualquier caso, consiguió encontrar varios objetos,
algunos de los cuales brillaban con un destello que parecía sobrenatural, y
decidió equiparse con ellos.
Mientras tanto, Melnar seguía combatiendo a los
necrófagos. Gastó todo su resuello para conseguir acabar con uno de ellos al
fin. Tan sólo quedaba uno. Le hizo frente, y mientras lanzaba sus hachazos podía
escuchar los virotes que Dusk disparaba contra la criatura desde la plataforma.
Sacando fuerzas de flaqueza, consiguieron acabar con ella. Con dos aventureros
muertos, y los otros dos malheridos, aquella había sido una victoria demasiado
cara.
Respirando ahogadamente, Dusk y Melnar observaban
los cuerpos de sus compañeros caídos. La sangre de estos flotaba entre la
turbia agua formando figuras extrañas, y esa circunstancia disparó un recuerdo
en la mente de ambos. El elfo que les sacó de la prisión dijo algo además de
que se dirigieran hacia el Sur. Les mostró un símbolo que debían buscar. Quizás
por la rapidez de los acontecimientos, y la tensión generada por una temprana
adversidad como resultó el encuentro con las ratas, les hizo olvidarlo. Ambos
maldijeron en voz alta. Puede que por culpa de ese despiste sus compañeros
estaban muertos. Ahora, dependía de ellos no volver a cometer el mismo error.
"Puede que lo hiciese buscando alguna milagrosa ayuda, o puede que seguido por un repentino sentimiento de avaricia ante una muerte inminente."
ResponderEliminarxDDDDDDDDDDDDDDDDDDDD SOY RICO, SOY RICO Y NO TENGO QUE COMPARTIRLO XDDDDDDDDDD.
El enano ha sido demasiado modesto, yo me habría encumbrado.
Con la muerte de Bardo el Heraldo baja a las alcantarillas y os dice que no podéis ser el grupo elegido, ahora que el faro del grupo ha desaparecido, xD.
ResponderEliminarXDDDDDDDDDDD
ResponderEliminarPor cierto, se nos olvidó saquear los cuerpos de nuestros compañeros XDDDDD